Si pensamos en la profesión de traductor, seguro que nos viene a la cabeza la imagen mental de una persona delante de su ordenador, rodeada de diccionarios y glosarios, que pasa horas y horas buscando el equivalente perfecto para esa palabra tan difícil de trasladar a otro idioma. Otras veces imaginamos a una persona dentro de un cubículo a modo de pecera con auriculares, micrófono y una mesa de control con muchos botones sin parar de hablar, en una conferencia o congreso con cientos de asistentes. Todos tenemos alguna idea, preconcebida o no, de lo que es la traducción o la interpretación pero quizá es algo que no conocemos del todo bien y, sin embargo, es más cercana a nosotros de lo que pueda parecer.
Frente a la pregunta: ¿se consideraría usted consumidor o cliente de traducciones? Muchos responderían sin dudar ni un segundo con un NO rotundo. Otras personas, sin embargo, tras reflexionar un poco sobre sus hábitos cotidianos podrían cambiar su respuesta por un “sí”.
El hecho de que vivimos en una sociedad cada vez más globalizada es una realidad de nuestros días. El flujo continuo de personas que cruzan las fronteras entre países en los que se hablan distintos idiomas es cada vez mayor, lo que da lugar a un gran intercambio cultural. Tenemos el oído más acostumbrado a otros idiomas por esta misma globalización y nos hacemos menos sensibles cuando debemos detectar estos extranjerismos en nuestro día a día, posiblemente porque los hemos adoptado como nuestros.
Actos sencillos como escuchar música, ver la televisión o nuestra serie preferida, leer el periódico o una revista, navegar por internet, entre otros, nos hacen clientes de traducciones. En nuestro país, casi todas las películas están dobladas al español, lo que significa que ha habido un proceso de traducción y localización para que el mensaje que se quería transmitir en la versión original llegue al espectador; los libros más exitosos a nivel internacional se traducen a decenas de idiomas para alcanzar a lectores de todo el mundo; las entrevistas a personajes relevantes que publican las revistas han tenido que traducirse previamente para las ediciones de otros países, y qué decir de las numerosas páginas web que visitamos a diario… Estos son solo varios ejemplos de productos de traducción que nos convierten instantáneamente en ávidos consumidores de traducciones sin darnos apenas cuenta.
Por el contrario, la otra cara de la moneda es aquella en la que somos consumidores de extranjerismos. De hecho, la televisión es el principal canal transmisor de un gran volumen de palabras extranjeras. Existen estudios que muestran que la publicidad actual es mucho más atractiva si se añaden frases en otros idiomas y lo vemos en anuncios de perfumes con frases en francés, de moda en italiano, de coches en alemán, de tecnología en inglés…
Es cierto que hay sectores más influidos por extranjerismos que otros, como pueden ser el sector tecnológico con el alemán; los sectores científico y de investigación, con el inglés y también con este último a la cabeza está el sector de la comunicación en internet.
Adoptamos palabras de otros idiomas continuamente: a lo largo del día, si los contabilizáramos, superaríamos con creces la veintena. Desde la famosa señal de “STOP” que todos conocemos hasta las palabras que nos invaden en los informativos de la televisión o en la publicidad de periódicos y marquesinas de paradas de autobús o metro. Los refrescos son light; los libros más vendidos son best sellers; los ordenadores están repletos de software, alguno que otro para visitar webs o mandar e-mails; en los restaurantes los chefs nos cocinan entrecots, quiches o creps…
Con frecuencia surge la duda entre mantener la palabra o expresión en el otro idioma o utilizar un equivalente o traducción para el concepto que queremos expresar. Nos guste o no, nos vemos muy influenciados por la sociedad a la hora de elegir nuestra opción personal pero la Real Academia Española opta siempre por proteger nuestra lengua madre y escoger el equivalente o traducción existente en nuestro idioma. Por el contrario, se piensa que utilizar el inglés o francés, por ejemplo, aporta un valor añadido a nuestro discurso, le da prestigio y nos hace parecer más cultos o inteligentes. Pero cuidado, puede que esta práctica nos aleje de nuestro receptor y no se transmita bien el mensaje.
Los traductores no lo tenemos tan fácil a la hora de decidir. Muchas veces nos encontramos en la disyuntiva de utilizar el término en español, si lo hay, o utilizar el extranjerismo que está más difundido en el sector. Si bien como lingüistas deberíamos utilizar siempre que haya un término equivalente en nuestro idioma ese término en español, no se puede ser más papistas que el Papa y tendremos que adaptarnos a la realidad. Si utilizamos el término en español puede que resulte chocante, incluso que no nos adaptemos a la terminología técnica del sector, que no nos entiendan bien los técnicos, pudiendo ser criticados y juzgados como “poco especializados en la materia”. En esta ocasión, ¿prima la riqueza del idioma o la transmisión y comprensión del mensaje? Pues no hay una norma estricta al respecto. Una vez más los traductores debemos analizar detenidamente cada caso particular, analizar el cliente y el usuario final, ahora bien, también sin olvidarnos que nuestra labor es verter todo a otro idioma y que no podemos optar por la solución sencilla “lo dejamos tal cual porque ellos así lo usan”.
Por su uso tan frecuente y extendido entre los hispanohablantes, la Real Academia se ve obligada a adoptar estos términos extranjeros y acaba por aceptarlos como correctos por no tener un equivalente que realmente se utilice en español. Se adoptan tal y como son o se modifica su escritura adaptándola a la pronunciación en nuestro idioma. Nos resultan particularmente curiosas en relación a la grafía las adaptaciones de croissant por cruasán, whisky por güisqui, piercing por pirsin o jacuzzi por yacusi.
¿Cuál es para ti la mejor opción? ¿Debemos traducir o adoptar palabras de otros idiomas? ¿Te has visto alguna vez en esta situación de decidir? ¿Has sufrido algún malentendido por usar una palabra en otro idioma que quizá no deberías haber empleado? ¿Conocemos cómo se escriben correctamente estos extranjerismos en español?
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