La polémica está “subtitulada”

Creemos que no exageramos cuando afirmamos que prácticamente todo el mundo ha visto alguna serie o película en versión original subtitulada alguna vez en la vida. En otro de nuestros blog,  cuando abordábamos el tema del reinado del doblaje y su supremacía en el mercado audiovisual en España, ya hablábamos de que el subtitulado no era el método preferido en nuestro país. A pesar de esto, son cada vez más las series y películas que se subtitulan con el objetivo, entre otros, de reducir el tiempo que pasa desde su estreno en el país de origen hasta que se comercializa en otros países con diferente idioma. A esto se suma la reducción de costes que supone la subtitulación frente al doblaje. Como no queremos ser repetitivos, vamos a centrarnos en lo que nos ocupa ahora: la subtitulación.

Vivimos en un momento donde prima ante todo la inmediatez; la sociedad de la información hace que los consumidores de productos audiovisuales demanden continuamente nuevas series y nuevas películas, lo que provoca que aumente la necesidad de subtitulación y traducción de guiones. Un traductor audiovisual trabaja con diferentes tipos de traducciones que ha de adaptar en función del público y objetivo finales. No resultará el mismo trabajo si se trata de un público que va a ver la serie o la película en versión original subtitulada o de un público con deficiencias auditivas, al igual que no es lo mismo la audiodescripción para personas invidentes que la localización de videojuegos. Todas estas son las áreas en las que se mueve el traductor audiovisual, un profesional que ha de estar preparado, formado y listo para lidiar con las dificultades que se plantean a diario en su trabajo.

Desde hace un par de años, se han introducido en el mercado español varias distribuidoras de contenidos audiovisuales que ofrecen un amplio abanico de series, documentales y películas a muy bajo coste, entre las que se encuentran, Movistar+, HBO o Netflix, por ejemplo. El volumen de producción de esta última debe de ser tan elevado que ha aparecido una y otra vez en la prensa la misma noticia: “¿Quieres trabajar en Netflix?”.

Tal es su necesidad de traductores que han creado una plataforma para realizar una prueba de nivel a aquellos que deseen formar parte de su equipo. Primero, durante el registro, hay que dar detalles sobre la experiencia que se tiene y especificar en qué áreas relativas a la subtitulación se ha trabajado anteriormente además de, obviamente, las combinaciones de idiomas con las que se trabajaría. Una vez que el traductor se ha registrado, recibe unas claves para acceder a una prueba de una duración total de 130 minutos como máximo. Se evalúa al candidato con un total de 5 ejercicios de los que tres son multirrespuesta, tanto en inglés, idioma de la prueba, como en los diferentes idiomas que se hayan indicado como lengua destino. Los dos últimos ejercicios son dos pruebas de subtitulación hacia la lengua destino. No conocemos la dificultad de las pruebas pero sí parece que hay que dedicarles bastante tiempo y, teniendo en cuenta el cuestionario de registro, parece que buscan buenos profesionales.

Profundizamos tanto en el hecho de que Netflix se preocupe a este nivel por la calidad de sus subtítulos solo porque nos sorprende, y no debería. Hemos observado que, en la mayoría de casos, no se reconoce la figura del subtitulador ni en términos de salario, ni de condiciones de trabajo y ni mucho menos de autoría. Traducir no es una labor fácil y ya ni hablamos de la subtitulación: se deben controlar el pautado, las técnicas de condensación, el argot que se emplea… sumado a que hay que saber contextualizar y localizar el mensaje para el país de destino y hay que lidiar con muchos juegos de palabras, bromas o chistes que resultan imposibles de traducir sin una explicación extra.

No nos quejamos de que nuestro trabajo sea difícil; aceptamos ya hace tiempo ese reto. Solo queremos hacer hincapié en la necesidad imperiosa de reconocimiento a nuestra labor como subtituladores. Proporcionalmente al crecimiento de la demanda de subtitulación, crece el número de aficionados que proliferan en la red como “traductores”. Esto hace que nuestro trabajo se vea infravalorado y nuestra imagen deteriorada porque aparentemente “cualquiera puede hacerlo” y en un tiempo mucho menor. Sí, en menos tiempo pero con una calidad cuestionable. A principios de año, una de las distribuidoras con más solera, Movistar +, salía al paso de ciertas acusaciones que se hacían eco sobre el uso de subtítulos piratas en su plataforma de pago. La polémica surgió al poderse ver en pantalla la firma del traductor y la web de donde procedían unos subtítulos en inglés durante la visualización de uno de los capítulos de la conocida serie “Shameless”.

Una de las razones por las que se han creado este tipo de plataformas online de distribución es para intentar luchar contra la piratería haciendo accesibles para aquellos usuarios “enganchados” sus películas, series y documentales favoritos. No podemos saber, por ejemplo, que el último capítulo de nuestra serie preferida se ha emitido en Estados Unidos y nosotros aún no lo hemos visto en España. El doblaje lleva muchísimo más tiempo y requiere un mayor gasto por lo que el subtitulado gana esta batalla. El trabajo de aficionados, individual o comunitario, prolifera en la red antes incluso de que la distribuidora de esa serie haya podido realizar los subtítulos contando con traductores profesionales. Al parecer, el debate surge cuando se mezclan productos audiovisuales de buena calidad por los que se paga, aunque sea poco, con subtítulos gratuitos realizados por cibercolaboradores.

Ahora bien, si no pagamos por estos productos, nos da igual que los subtítulos no digan lo mismo que la voz original, no estén revisados o no los haya hecho un profesional; total, es gratis. Pero al menos, van firmados. Podemos entender las prisas, la impaciencia o incluso la “labor altruista” que hacen estos aficionados, pero lo que no podemos entender es que aún no se reconozca la autoría de nuestro trabajo y no se nos considere un eslabón fundamental de la cadena. Si hablamos sobre los plazos, condiciones y tarifas del mercado, muchos pondrían el grito en el cielo: subtitulación, revisión, pautado y ajuste de subtítulos para capítulos de 40 minutos en menos de 12 horas; no contar con el guión o la transcripción y tener que sacar el texto de oídas viendo la pista de vídeo; la moda recientemente implantada de pagar por minuto independientemente del texto que contenga (no es igual una película de acción que una con diálogos continuos y voz en off), etc.

No nos queda más que retomar el discurso habitual en defensa de nuestra profesión porque cada vez hay más competencia y más intrusismo y si no nos valoramos y apoyamos entre nosotros, nadie lo hará. Con este objetivo se creó, hace alrededor de 6 años, ATRAE, la Asociación de Traducción y Adaptación Audiovisual de España. En sus estatutos la asociación recoge el propósito de “defensa de los intereses y los derechos de los traductores audiovisuales” junto con la defensa de la calidad de las traducciones, su utilización, el reconocimiento de los profesionales… También dedican gran parte de sus esfuerzos a ofrecer cursos y talleres de formación, asesoramiento y apoyo para los profesionales. Hay algunas profesiones que se ven más perjudicadas que otras debido a la situación económica actual, como es el caso de la traducción. Al igual que preferimos una película con buen argumento y buenos actores, deberíamos escoger productos audiovisuales con subtítulos de buena calidad. Solo si conocemos el esfuerzo y dedicación que requiere esta labor seremos capaces de reconocer la figura del traductor audiovisual en nuestro día a día.

El reinado del doblaje

Retomando el tema de si es mejor conservar el idioma original o fomentar el idioma extranjero, nos surge la duda de si se deben doblar las películas y series procedentes de otros países con los que no compartimos el mismo idioma o si, por el contrario, se deberían subtitular.

Si nos detenemos un instante a pensar en esas series y películas extranjeras que llegan a España y que consumimos con bastante frecuencia como parte de nuestro tiempo de ocio, nos daremos cuenta de que prácticamente todas ellas han sido dobladas.

En nuestro país, el doblaje es una industria muy valorada y con mucha tradición. ¿La razón? No sabemos si habría una única razón, pero al menos una de ellas puede ser el escaso don de lenguas con el que contábamos y contamos los españoles, por mucho que nos pese. El cine mudo usaba un lenguaje universal, pero cuando se pasó al cine sonoro, el idioma supuso un problema que hubo que solucionar de forma eficaz y rentable. Al principio, se grababa la misma película en dos o más idiomas, aprovechando los escenarios e incluso los actores; más tarde, para abaratar costes, se optó por una nueva técnica bastante exitosa, el doblaje.

En España se crearon varios estudios de doblaje durante la década de los años 30 pero fue en los años 40, tras la Guerra Civil, cuando esta técnica no tuvo más opción que implantarse de lleno. Bastante similar a la ley de Mussolini, Franco instauró una orden en 1941 por la que quedaba prohibida la proyección cinematográfica en otro idioma que no fuera el español. Además, añadía que el doblaje deberá realizarse en estudios españoles que estuvieran ubicados en territorio nacional y por personal español. En principio, desde un punto de vista proteccionista del idioma, la medida resulta bastante lógica dado el auge del momento del cine internacional a nivel mundial.

Otra visión es aquella que se posiciona en el extremo contrario: si las películas no se consumen en el idioma original, se pierde gran parte de la interpretación de los autores. El doblaje se verá marcado por la aparición en escena de la censura, para así modificar aquellos “detalles incómodos” que no se querían transmitir al espectador.

Una anécdota bien conocida por todos los cinéfilos e interesados en la historia del doblaje es lo que ocurrió con la versión en español de la película americana “Arco de Triunfo”, donde Ingrid Bergman niega con un evidente movimiento de cabeza que el caballero que le acompaña sea su marido mientras que se escucha un rotundo “sí”. Algún que otro retoque de doblaje se hizo en otros tantos títulos de largometrajes procedentes del otro lado del charco durante esta época para evitar así la fastidiosa necesidad de cortar tomas completas de la película.

A pesar de que la prohibición se había anulado a finales de los años 40, era muy difícil encontrar películas en versión original en España hasta bien entrados los 70, época en la que este tipo de filmes se podrían ver en salas de proyección específicas. Aún en nuestros días, por norma general, las películas se doblan y debemos acudir a cines concretos para poder tener acceso a su versión original subtitulada.

Los traductores tenemos trabajo para rato, tanto como productores de texto para doblaje como para subtitulación. Cada opción tiene su intríngulis pero, en ambos casos, el traductor debe enfrentarse a los juegos de palabras, bromas y demás; a la localización de la película; al conocimiento que los espectadores tienen del imaginario colectivo, es decir, lo que se presupone que se sabe de antemano, además de tener que ceñirse a la duración de la escena.

Para el doblaje, es importantísimo que el traductor tenga en cuenta el movimiento físico de la boca del actor para elegir una u otra palabra para que encaje bien en el resultado final. Otro recurso que los traductores suelen utilizar en caso de que el discurso sea más largo de lo que debiera es emplear aquellos planos en los que no aparece la cara del actor para continuar con la frase que se estaba narrando. De todos modos, es bastante habitual que a la fase de traducción le siga una fase de adaptación que llevará ya a cabo la productora cinematográfica.

Por otro lado, la subtitulación tampoco es tarea fácil. Esta técnica se basa en tres máximas: el texto debe aparecer cuando los personajes empiezan a hablar; este debe verse en pantalla el tiempo suficiente para que al espectador pueda leerlo por completo y no debe permanecer mucho más tras haber dejado el actor de hablar. En este tipo de traducciones, se recurre a la síntesis y se suelen escoger palabras más cortas entre las opciones posibles para que el significado del argumento se mantenga.

A pesar de haber sido una opción bastante desfavorecida en nuestro país, la subtitulación poco a poco consigue más partidarios que la prefieren frente al doblaje o a la versión original. Es cierto que requiere un esfuerzo extra por parte del espectador el hecho de ver una película con subtítulos: debemos estar pendientes de las imágenes, del texto y del argumento, una de las principales quejas o excusas para no ver este tipo de películas. El séptimo arte está pensado para relajarse y disfrutar en la mayoría de los casos y muchos prefieren no tener que concentrarse en leer frases que a veces ni da tiempo a acabar y otras veces no expresan lo mismo que lo que se oye en el idioma original.

En ciertos países, como Portugal o Noruega, cuya lengua se considera minoritaria, el doblaje se ve relegado a un segundo puesto frente a la subtitulación. La causa principal es económica pues no resulta rentable. Esto hace que los consumidores de series y películas desde muy temprana edad estén habituados a escuchar el idioma original y leer al mismo tiempo. Este hecho refuerza uno de los argumentos de nuestros días a favor de la subtitulación, ya que se ha demostrado que las películas y series subtituladas ayudan a aprender nuevos idiomas. Como el oído está acostumbrado y nos apoyamos en el texto traducido, se entiende más el mensaje y se tiene mayor facilidad para hablar en el idioma extranjero, con expresiones y frases hechas y más vocabulario.

Otro hecho que aboga por la subtitulación es que las series –sobre todo las americanas– se emiten antes en los países de origen y son “traductores aficionados”, por llamarlos de alguna forma, quienes suelen crear los subtítulos para que estas se puedan ver por internet al día siguiente de su estreno en cualquier parte del mundo y en infinidad de idiomas. Al mismo tiempo, se prefieren en su versión original, subtitulada o no, por el hecho de que cada vez se aprenden más los idiomas extranjeros y en el idioma original no se alteran los matices de los diálogos, los giros de las interpretaciones de los actores, sus voces…

Como hemos podido ver, tanto la subtitulación como el doblaje son técnicas con las que debe emplearse a fondo el traductor si se quiere obtener un resultado de calidad. Cada una con sus adeptos y sus detractores, sus ventajas y sus desventajas, conviven en la actualidad en el panorama audiovisual español. Ahora bien, ¿mantendrá el doblaje su reinado o será destronada por la subtitulación o incluso la versión original? Lo iremos descubriendo con el paso del tiempo.